He aquí la historia del Diablo, tal y como puede escribirse en nuestros días, no llena de fe, pero sí de inquietud.
Es una historia de su actividad social y desde la consideración que merece a la mayoría de los hombres cultos que viven dentro del cristianismo, como la forma religiosa más elevada y armonizable con la cultura contemporánea.
Es una historia y nada más, aunque a ratos, por exigencias de la cultura pública y de la dignidad del autor, se filosofe unos momentos. Por eso mismo se ha dulcificado un poco toda la profundidad que hubiera sido enojosa y triste para el lector.
El Diablo y los diablos paganos, los diablos de las religiones olvidadas, no entran en esta historia, porque todos ellos han perdido su realidad en la vida y viven sólo en las vitrinas de los museos, para salir en los días de descanso, de limpieza, cuando el público no concurre, y dirigirse a los sabios investigadores del pasado, que no los tratan muy bien casi nunca.