“En el libro ilustrado, el niño tendrá su primer encuentro con una fantasía estructurada, reflejada en su propia imaginación y animada por sus propios sentimientos. Es allí donde, a través de la mediación de un lector adulto, descubrirá la relación entre el lenguaje visual y el lenguaje verbal. Luego, cuando esté solo y repase las páginas del libro, una y otra vez, las ilustraciones le harán recordar las palabras del texto” afirmaba Jan Amos Comenius, considerado el padre de la pedagogía moderna.
Añade valor artístico. Aporta más información. Nos permite otras formas de descifrar la lectura, asimilamos mejor la complejidad del uso de los símbolos tipográficos cuando comenzamos a leer.
En “La pandilla de los 11” de Rocío Bonilla nos encontramos a un personaje admirable por su sencillez y su valentía que le planta cara a una pandilla de abusones. Benjamín antepone la verdadera amistad a todo aquello deslumbrante en apariencia. Con lápices de colores y acuarelas ilustra su propio texto con estilo característico. Nos sumergimos de lleno en este peculiar mundo submarino donde, además, encontramos en cada rincón, sutil, alguna escena paralela o personaje secundario.
La narración no es limitada, se extiende a un montón de pequeños y discretos detalles: que la basura que no se tira debidamente acaba en el fondo del mar, que a la ostra ya no le gusta que jueguen al balón cerca de ella o que cuando descubres el verdadero valor de la amistad pasas de ser un personaje gris a lucir un precioso tono pastel.
Cuando los niños y niñas interpretan los textos visuales primero ven el conjunto, después el detalle y, otra vez, regresan a la imagen completa. Así, tantas veces como sea necesario. ¡Hagámoslo las personas adultas también! ¡No perdamos detalle!
Paula Huelga - Librería La Pilarica.
