¿Por qué los niños quieren seguir siendo actores? ¿Por qué no les enseñan, desde muy chiquitos, que el actoral es un mundo lleno de sinsabores, de hipocresía, cinismo, frivolidad y desencanto? ¿Por qué no los disuaden de buscar seguidores en sus redes sociales para entrar como cohetes en el reputado mundo del cine español? ¿Por qué?
Porque a veces, y solo a veces, se atisba en la lejanía el brillo que da el placer de la transmutación, de jugar a ser otro sobre un escenario o delante de una cámara. Ser otro. Ser uno de los grandes. Y en la persecución de ese fulgor a uno le puede ir la vida entera o solo unos segundos, que también es una vida entera.
En Madrid, en el barrio de Lavapiés, Lorenzo Miñambres llevará a cabo una de las encarnaciones más insólitas desde que se inventó la actuación. ¿Quién inventó la actuación? ¿Los griegos? Pues desde los griegos.