Javier Rodríguez Marcos, periodista de la sección de cultura de El País, sale de Madrid sin saber que su viaje al Congreso de la Lengua de Valparaíso va a convertirse en algo muy diferente: la crónica de uno de los terremotos más duros de la historia. Un periplo que incluye un vuelo de Buenos Aires a Mendoza; un autobús que atraviesa los Andes durante ocho horas entre Mendoza y Santiago; otras doce horas en un coche de alquiler entre Santiago y el sur de Chile, y un redactor jefe ansioso por recibir las crónicas mientras el ordenador con el que tiene que trabajar ha pasado a mejor vida. Un retrato, en circunstancias extremas, de un país que se esfuerza por superar el pasado pinochetista y liderar la democracia en el cono sur.
Una crónica del impresionante terremoto chileno de febrero de 2010.
«El miedo no es que te pase algo, sino ser incapaz de enviar la crónica de tu propio accidente.»
El terremoto más largo de la historia duró dos minutos y sacudió Chile el 27 de febrero de 2010. Sus 8,8 grados en la escala de Richter arrasaron el sur del país y la ciudad de Concepción, y alteraron de forma definitiva la naturaleza del viaje de Javier Rodríguez Marcos: ya no era un periodista cultural dispuesto a cubrir el Congreso de la Lengua de Valparaíso, ni podía mandar amables crónicas de salón acerca de las reuniones de un centenar de académicos; esos dos minutos le convirtieron en un reportero de Internacional obligado a escribir la crónica de una catástrofe.
Así, por estas páginas desfilan soldados, ministros, geólogos, diplomáticos, niños que celebran cumpleaños, gerentes de hoteles, empleados de rent a cars; José Martí, que describió un terremoto en Charleston sin moverse de Nueva York; Darwin, que vivió un seísmo en Concepción dos siglos antes y los consejos de Chéjov sobre cómo hacer un reportaje.
El resultado es la mejor crónica que su autor nunca pensó escribir.