Mientras contemplaba los restos carbonizados amarrados a una cruz de San Andrés, el coronel de la Guardia Civil Indalecio Pulido se dijo: ¡¡¡Vaya burrada, tres muertos!!! Allá arriba, en la montaña del Monsacro, aún desconocía que habría de enfrentarse a la neblina del odio del siglo XX: un reguero de venganza, derrota y muerte.