«Todo va bien, todo va bien, teniendo algo que comer», cantaba la tortuga a todas horas y en todas partes, mientras se alimentaba de los pinchudos higos chumbos que crecían en toda la isla y que solo ella podía devorar. Ajena a las alegrías y preocupaciones de los otros animales, no permitía que nada ni nadie interrumpiera su rutina diaria, tampoco la llegada y proliferación de unos cerdos voraces expresamente desembarcados en la isla como futura despensa de náufragos a la deriva.