Víctor Frankenstein sueña con crear un nuevo Adán, solo para despertar a su propio doble, un espejo en el que no encuentra un monstruo, sino su propio corazón abandonado. Son dos caras de un mismo ser, encerrados en un destino ineludible. El creador se convierte en traidor y su creación busca una redención que tiene el rostro de la muerte. ¿Qué hay más aterrador que la plegaria de un monstruo dirigida a un dios que lo ha abandonado? En esta historia de espejos siniestros, la gran pregunta no es qué define al monstruo, sino a partir de qué momento el creador y la criatura son uno mismo. Como lo definió H. P. Lovecraft, la novela cumbre de Mary W. Shelley constituye un relato del espíritu prometeico: las trágicas consecuencias de la desmedida ambición humana.