Cuando la madre de Aitor cae desde el balcón de una de las casas que limpia, él siente que todo su mundo se desmorona. La realidad lo abofetea con insistencia tozuda una y otra vez, y no hay nadie ahora que vienen mal dadas y un entorno opresivo se rebela en su contra. Su madre, mientras tanto, quizá esté con un pie en el otro barrio, pero él se niega a pisar el hospital para descubrir si se ha quedado sin fuente de ingresos.