La mundialización de las industrias culturales ha introducido los «productos de la mente» en el corazón de las negociaciones sobre la liberalización de los intercambios. El tema de la diversidad cultural, mantenido bajo un cierto control durante mucho tiempo, ha irrumpido con fuerza ante las grandes instancias internacionales. Cabe preguntarse si la preservación de la diversidad es responsabilidad de las políticas públicas o si puede satisfacerse con la multiplicación de la oferta mercantil de bienes y servicios.
La idea misma de diversidad cultural oculta realidades y posiciones contradictorias. Eje crítico del nuevo orden mundial, constituye el principio de un concepto distinto de la democracia. Pero también es la garantía del nuevo modo de gestión del mercado global. ¿Cuál es la relación entre excepción y diversidad cultural? ¿Por qué la Unión Europea ha cambiado la primera por la segunda? ¿Se trata sólo de garantizar que cada ámbito cultural tenga la posibilidad de producir sus propias imágenes o de ir más allá y legitimar una nueva filosofía general que sustraiga los bienes comunes de la humanidad de la ley del librecambio?