Thomas Mann publicó Desorden y dolor precoz, un «relato de la inflación y de la revolución», según sus palabras, en la revista Die Neue Rundschau en junio de 1925. Los efectos de la crisis económica aparecen ya en la primera línea, en forma de unas «chuletas de berza» que constituyen el almuerzo de la respetable y culta familia del profesor Cornelius. A partir de aquí, una tarde de fiesta: los hijos mayores han convocado a sus amigos y el invitado estrella es un joven actor; cantan canciones «de mendigo», comen ensalada italiana y bailan al son del jazz; los niños pequeños también participan y los criados -entre ellos, un «simpático bolchevique»- miran. Sobre este abigarrado mundo de juventud y revuelo, Thomas Mann traza una anécdota mínima, pero inesperadamente reveladora. El relato, de fondo autobiográfico, es tanto una pieza histórica como una melancólica reflexión sobre las frágiles razones de la felicidad y el dolor.
El profesor Abel Cornelius alter ego de Thomas Mann- observa el transcurso de una jornada familiar, con la incipiente celebración de una fiesta organizada por sus hijos mayores, la encantadora Ingrid y el carente de talento Bert. Por su mirada se pasean también los hijos pequeños: Lorchen, la hijita predilecta que le tiene robado el corazón, y el díscolo y feo Beisser. Todo ello en el marco de una Alemania sumida en una posguerra triste, pobre y con nuevos valores.