En el fondo instintivo de nuestro ser, no pensamos, sentimos. Estamos hechos de emociones. A lo largo de los siglos nos habíamos esforzado en encerrarlas en sistemas de vida ordenados y represivos. Ante su dictado sólo cabía resignarse o rebelarse. Actualmente vivimos en un mundo que nos abruma con tentaciones y decisiones múltiples y tenemos que decidir en soledad quiénes somos y por qué nos merece la pena vivir. Esta nueva libertad reclama la adquisición de una brújula que nos permita navegar con inteligencia emocional por los cauces imprevisibles de nuestras vidas.