En la memoria de Irene, los veranos de 1967 y 1968 permanecen tan vivos como si hubieran sucedido ayer. No puede olvidarlos; aquellos meses estivales, en lo más vital y en lo más doloroso, la convirtieron en lo que es ahora: una mujer que pasados los cuarenta escribe para intentar exorcizar los demonios que la acompañan desde entonces. Pues si en 1967 vislumbró el paraíso #el regreso de sus padres a casa, desde el exilio mejicano a que los sometió la Guerra Civil, Granada, la hacienda de La Bolivia, su tía Águeda, Richard, los paseos por la dehesa, los primeros besos#, en 1968 todo será infierno, llama, como la que prendió hace tiempo en su familia y sigue ardiendo en todos los miembros que, como ella, tienen el pelo rojo. «Marian Izaguirre transmite la serenidad de quien escribe por puro placer, por amor a la propia escritura y por aprender con cada nueva historia.» El confidencial «La única patria, dice Marian Izaguirre, es el hombro del ser querido. O su ausencia. De eso habla en realidad la escritora. Del amor y la pérdida.» La Vanguardia
Entre los veranos de 1967 y 1968 Irene lo gana y lo pierde todo. Una sobrecogedora historia de amor, un oscuro secreto familiar, una España sumida en el franquismo.
Irene, una mujer fuerte y atormentada, revive a través de una carta la historia de los que fueron los mejores y peores meses de su vida. Sus padres, exiliados políticos en México, regresan a España tras recibir como herencia La Bolivia, una hermosa hacienda cerca de Granada.
La joven había pasado de vivir en una ciudad alegre y bulliciosa a un país triste, gris y reprimido. Pero su da un giro radical cuando, en el verano de 1967, llega a la finca una familia inglesa para pasar las vacaciones. El hijo, Richard, es alto, rubio, tiene los ojos azules y se convertirá en su primer gran amor. Juntos descubrirán los rincones de la casa, explorarán el inmenso terreno y fantasearán con tesoros escondidos en la finca. Él hará que este sea un verano inolvidable para Irene, el último de su infancia.